¡ENHORABUENA!
Ioan Andrés García Popescu, alumno de 1º ESO ha quedado finalista en el XVIII Concurso Literario “VAMOS A TRATARNOS BIEN” con su relato "No hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran" (sobre acoso escolar)
Y este es su relato:
No
hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran
Érase
una vez un niño, que vivía en un pequeño y bonito pueblo en las montañas. Iba a
un colegio en el que apenas había 15 alumnos, que eran 6 de primero, 3 de
segundo, 4 de tercero, una niña de quinto y él, en sexto, y todos estudiaban
con la misma maestra. La niña de quinto era su mejor amiga desde los tres años,
pero ese curso se tuvieron que separar porque él empezaba el instituto.
El más cercano estaba a
20 kilómetros de su pueblo, así que el chico se levantaba a las cinco y media,
desayunaba, se duchaba, se vestía, montaba en su bicicleta y salía para llegar
a tiempo a clase. No estaba nervioso, seguía siendo el mejor de su clase y todo
iba bien hasta que un día, después del recreo, se chocó sin querer con un chico
más grande que él, acompañado por otros
dos de la misma altura. Él pidió disculpas, pero el chico matón no se quedó a
gusto, le quitó las gafas y se las tiró. Pero un niño fue a por sus gafas
y se
las devolvió; ese niño era yo. Le pregunté cómo se llamaba y me respondió que
Diego. Teníamos la misma edad, pero íbamos a clases diferentes.
Al
salir del instituto, se dio cuenta de que su bicicleta no estaba donde la había
dejado, y se echó a llorar. Le ofrecí llevarle en el coche de mi padre, y así lo
hicimos. Diego dijo que íbamos a perder mucho tiempo por llevarle, pero en
coche no tardábamos tanto. Luego le explicó a su madre que su bicicleta se
había roto, porque no quería que supiese lo que de verdad había sucedido. Mi
padre y yo llegamos a casa un poco más tarde pero seguimos nuestro horario
normal y nos dio tiempo a todo ya que yo tenía pocos deberes esa tarde.
Al día
siguiente los niños volvieron a meterse con él y la bicicleta que su padre le
había prestado también desapareció. Diego ya no supo qué explicarle a su madre,
pero tampoco quería contarle la verdad y creo que ella fue a hablar con el
tutor. Yo le comenté que tenía unos primos en segundo y que podían ayudarle y mi
amigo contestó que no quería que les hiciesen lo mismo que a él, y que algún día
seguro que se arrepentirían y le pedirían disculpas. Yo dudé de que eso
sucediese, pero él tenía esperanza y lo respeté.
Pasaron
ya dos trimestres y ocurría todos los días lo mismo, menos lo de la bici, que
la aparcaba en un parque más alejado para que no la vieran los matones. Parecía
que Diego se había acostumbrado a esta situación y no se hartaba, pero yo
estaba harto de ver como tres matones, para creerse mejores y destacar en el
insti, abusaban de uno más débil, con empujones, insultos y todo tipo de
humillaciones.
Un
viernes, en el recreo, cuando le dijeron que por qué no venía su madre a
defenderle, haciéndole burla, llamé a mis primos sin decirle nada a Diego, y
les pedí que detuvieran a esos abusones. Y mis primos Sergio y Fernando, de
tercero de la ESO, les cogieron e inmovilizaron a los tres, y les preguntaron
qué problema tenían con Diego. Los malos dijeron que no era su asunto y que no
se metiesen. Sergio y Fernando forzaron más las retorcidas de brazo y le
dijeron a Diego que les pegase, pero este contestó que pagarles con la misma
moneda no era la solución, que solo quería oír sus disculpas y que le devolviesen
las bicis. Y así fue, no volvieron a meterse con él, pero yo creo que no porque
se hubiesen arrepentido, sino por miedo a mis primos.
Pasó
ya un año y Diego sacaba las mejores notas de su clase y siempre iba en bici,
feliz y tranquilo. En verano yo iba algún día a su casa a dormir y él a la mía.
Me presentó a Maripuri, su amiga del pueblo, y al principio me asombró que una
niña de doce años tuviese ese nombre, pero pensé que así era en los pueblos y
ella me dijo que la podía llamar María.
Al
año siguiente Diego y yo estábamos en segundo y María en primero. Los abusones
empezaron a meterse también con ella pero Diego les dijo que era su amiga y salieron
corriendo; él se reía y María estaba asombrada de cómo Diego podía intimidar a
tres abusones. Él dijo que era una larga historia que preferiría no recordar.
Pero
un día los tres cantamañanas, como les habían apodado mis primos, encerraron a
Diego en el baño con una cuerda atada desde el pomo de la puerta hasta un enganche
que había cerca. Dijeron que nadie le iba a ayudar esta vez, pero yo los vi y
llamé a un profesor quien, después de abrirle, se lo comunicó al director del
instituto y este los expulsó a los tres por un mes. Los padres de los
cantamañanas consiguieron meterlos en otro instituto de la zona por ese tiempo.
En ese nuevo instituto la gente era más alta y grande, y la mayoría llevaba
vestimenta gótica. Y cuando los nuevos fueron a sus taquillas, se les encararon
tres chicos de su misma edad, les empujaban con el pecho y les miraban por
encima del hombro mientras lo hacían. Tuvieron que soportar esto durante el mes
que estuvieron allí, y se dieron cuenta de lo que hacían sentir a los más
pequeños, con los que ellos mismos se metían. Otras personas seguirían
metiéndose con la gente por creerse más fuertes, pero ellos ya no, porque no
eran malos del todo y Diego lo sabía y pensaba que se arrepentirían algún día.
Cuando
volvieron a nuestro instituto tenían cara y actitud humilde, ya no eran los
malos, y ahora se hacían respetar de verdad, no como antes. En el recreo fueron
pidiendo perdón de uno en uno a la gente que había sufrido por su culpa, y
fueron perdonados, porque casi todos pensaban como Diego.
Gracias
a esta historia, mi amigo fue elegido como alumno ayuda. Nadie se mete ya con
nadie en nuestro instituto, y eso es gracias a él. Lo importante de esta
historia es que enseña que no debes hacer a otros lo que a ti no te gustaría
que te hicieran.